A medida que la
pequeña Rosa iba creciendo el jardín se le quedaba pequeño. Tomar la Primera
Comunión era algo grande, muy grande, para ella, para toda la familia y para
todos los que la habíamos contemplado desde que era un insignificante
capullito. Ahora empezaba a erguir su tallo, y con alguna que otra espinita,
comenzaba a mostrarnos toda la frescura y color de sus pétalos.
Rosa, necesitaba campo, necesitaba verde hierba que
inundara su cama, mariposas blancas que volaran por su memoria de niña querida,
y flores, muchas flores que la hicieran brillar todavía más.
Un árbol violeta llenó de recuerdos su huerto …
Y Dios se
encargó de su mejor alimento.
Espectacular...!!
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